El renacer del carrete en el mundo de las bodas
Una decisión emocional y estratégica

Cuando Maxwell y Shelby decidieron casarse, tuvieron claro desde el principio que no celebrarían una boda cualquiera. Spoiler: tampoco querían un reportaje cualquiera. Celebraron una cena de bienvenida y, al día siguiente, una boda elegante y sencilla entre los característicos cipreses de Umbría y las fachadas de piedra de la villa Torre di Pila, en el corazón rural de Italia. Eligieron un menú cuidado, flores silvestres, música de cuerda y todo lo que te puedas imaginar. Sin embargo, este artículo existe porque, además, decidieron que las fotos de su boda se hicieran con cámaras analógicas.
Robert Marcillas fue el responsable del reportaje, disparado en carrete con cámaras de 35 mm (Leica M6, Canon EOS 5) y de medio formato (Pentax 645NII), usando emulsiones Portra 400, 160 y 800, más algunos carretes de blanco y negro (Kodak Tri-X, Ilford Plus). Casi 40 rollos en total.


Contra la perfección, intención
La vuelta del carrete no es una moda. Es una respuesta. En un mundo donde todo es inmediato, editable, repetible, donde todo es susceptible de ser imitado, la imperfección se ha convertido en virtud, en garantía de exclusividad. Como explica este interesante artículo del New York Times, muchos fotógrafos de bodas están incorporando la película no solo como una reacción estética, sino como remedio frente al cansancio digital. A nuestro cerebro le encanta lo que es imperfecto, único, humano, lo que puede tocarse, verse, olerse. ¡Qué te voy a contar que tú no sepas!
Ojito. No es una cuestión exclusiva de las bodas. Según Ilford y Kodak, la demanda global de película ha crecido más del 30 % anual desde 2017. Algunas emulsiones han tenido que volver a fabricarse tras años descatalogadas. La generaciones que crecimos en un mundo dominado por lo virtual, ahora buscamos lo que es único, tangible y verdadero. “Disparar en film te obliga a pensar antes de apretar el botón”, cuenta Marcillas. “Te obliga a estar presente, a elegir, a cuidar, y eso transforma el reportaje en algo más intencional, más emocional”. Parece evidente. La fotografía analógica, como experiencia, como proceso, es una respuesta lógica a esa necesidad.

El error como lenguaje
La estética del error se ha convertido en tendencia. No lo podemos negar. Las fotos movidas, desenfocadas, torcidas, sobreexpuestas, subexpuestas, con velos de luz, etcétera, ya no son la consecuencia evidente de un acto creativo complejo, sino una reacción estética buscada como antídoto frente a lo hiperdigital. Hoy en día, esa estética nostálgica y sugerente del carrete se emula fácilmente a través de la avanzada tecnología de nuestras cámaras digitales y de nuestros smartphones o, en su defecto, después de la toma a través de cualquier programa o app de edición. “Sin embargo, en film los errores son reales", asegura Robert. "No son efectos necesariamente buscados, son consecuencias del propio proceso. Y por eso la fotografía analógica tiene una magia muy especial y poderosa”.
Resumiendo. Un flare accidental por aquí. Una luz que se cuela por allá. Un encuadre torcido que torcido se queda. Una foto velada que, más que un descarte, se convierte en la imagen única e irrepetible del reportaje. En la bodas, donde todo está tan calculado, lo analógico introduce una capa de frescura irreverente, imprevisible, auténtica, humana, imperfecta, y en esa imperfección reside en realidad su belleza.


Del carrete al papel, una cadena de valor emocional
La fotografía analógica no solo recupera el valor de lo imperfecto, de la paciencia y la autenticidad, también reinstala la imagen en el mundo físico. La fotografía analógica es muy susceptible de convertirse en una copia, en un álbum, en un recuerdo tangible. “A todas las parejas que contratan film les entrego sí o sí 40 copias físicas con los negativos”, explica Robert, que está convencido de que cada disparo lleva implícita la posibilidad del papel en el contexto actual, además, en el que la Generación Z ha recuperado el amor por lo impreso.
Este paso del carrete al álbum es natural, coherente, inevitable. La experiencia analógica no termina en el revelado, sino que se completa al imprimir, al maquetar, al construir un objeto que guarda un pedazo de historia. Las fotografías que se pueden tocar, está demostrado, elevan la percepción de valor de los clientes con respecto al servicio fotográfico. En otras palabras: tus clientes, cuando ven tus fotos en papel, piensan que eres mejor fotógrafo que si se las muestras exclusivamente a través de una pantalla. "Por eso siempre revisamos las galerías y maquetamos un álbum, y siempre mandamos fotos impresas", comenta Robert. "A nuestros clientes les encantan y siempre nos dan un feedback increíble", añade Marcillas, que concibe el producto impreso, además, como una oportunidad incuestionable de hacer negocio. Tipo listo.

Una decisión estratégica
Insisto. En los términos en los que estoy tratando de escribir este artículo, la fotografía analógica no es solo una elección estético-artística, también forma parte de una estrategia de negocio. Robert lo ha entendido perfectamente. Él aprendió a usar cámaras analógicas hace años y ha decidido ofrecer ese talento a sus clientes en el momento en el que ha encontrado una oportunidad estupenda para hacerlo. No hay más. No dispara en analógico en todas sus bodas. En la boda de Maxwell y Shelby, por ejemplo, disparó también en digital con una Leica M11. Así que solo hace fotos de carrete cuando considera que aportará valor diferencial, o cuando las parejas lo contratan expresamente, teniendo en cuenta que los clientes quieren algo, casi siempre, únicamente cuando lo ven.
“Hay clientes que ya llegan buscando el servicio de fotografía analógica. Y si no lo piden, muchas veces lo descubren en el portfolio y lo contratan después como extra. O cuando yo se lo ofrezco, porque para mí es una manera muy natural de diversificar sin perder autenticidad”, sugiere Robert, que ha empezado a formar a su equipo para que también dispare en carrete, manteniendo la calidad y el estilo atemporal de su marca.


La fotografía, más allá de las pantallas, parece estar recuperando un lugar físico en la vida de las personas. Vuelve a ser memoria activa, patrimonio emocional, experiencia compartida. La fórmula para recordar en un mundo en el que solo se recuerda lo que se ve. Y en eso los fotógrafos de boda tenemos mucho que decir. "Además, es curioso, pero la fotografía analógica es más rápida que la digital, yo llevo el lunes los carretes al laboratorio de unos amigos en Barcelona y el martes ya las tengo reveladas", añade el señor Marcillas, que sugiere que esta dialéctica del error permite cerrar el proceso sin necesidad de invertir horas extra editando y corrigiendo. No hay nada que editar. No hay nada que corregir. Me queda claro.
Por lo tanto, el valor de una boda ya no se mide únicamente por su espectacularidad, sino a través de las decisiones que la convierten en un evento significativo, personal, inolvidable. Pasa algo parecido con la forma de fotografiarla, con la manera en la que los fotógrafos contamos esa historia para las parejas que nos contratan. “Cuidar más el proceso que el resultado es algo muy sano para el cerebro y aporta frescura y naturalidad”, sugiere. “El carrete te obliga a ir más despacio, a mirar con intención. Y eso lo cambia todo”. Nada más que añadir.









Todas las fotos del reportaje pertenecen a Robert Marcillas. Puedes ver la galería completa de la boda de Maxwell y Shelby pulsando aquí.
Si te ha gustado este reportaje, puedes continuar inspirándote en nuestra sección de consejos, donde nos esforzamos cada día por ofrecer reportajes inspiradores e interesantes que te ayuden a seguir aprendiendo en este ilusionante y dinámico camino de las bodas.
