Una boda en mitad de la selva venezolana

MÓNIKA.FRÍAS

Una boda en mitad de la selva venezolana

Lo confieso. Cuando empecé a trabajar en este magazine, lo primero que hice fue llamar a La Txina para proponerle una entrevista. Rebusqué entre sus últimas publicaciones y, sin mucho criterio, elegí simplemente la que tenía más corazoncitos, más de tres mil si no recuerdo mal. Eran seis fotografías de la boda de Alexandra y Fran en Venezuela, una publicación que ya debe estar bastante escondida en el perfil de una fotógrafa que es muy activa en sus redes. En mitad de nuestra conversación mencionó un adelanto de cientos de fotos que había ya enviado a la pareja. Le digo: "Lo quiero". Me responde: "Pues vale". Le digo: "¿Y esta galería podría yo compartirla con mis queridísimos lectores?". Me responde: "Por supuesto".

Y así nace nuestra categoría de Bodas reales con un reportaje en mitad de la selva venezolana documentada por la maravillosa MÓNIKA.FRÍAS. La Txina entrega a sus clientes galerías completas con miles de imágenes que son un ejemplo envidiable e inspirador de reportaje de bodas. En sus galerías -tengo la suerte de haber visto unas cuantas- hay compromiso, buen gusto, humanidad, amor, y esa mezcla perfecta de personas, detalles y contexto que es la materia prima de las historias bien contadas. Con todos ustedes, la boda de Alexandra y Fran.

Antes de la boda

Mónika empieza su trabajo mucho antes del día de la boda. Para ella, la conexión con las parejas es esencial: necesita conocerles lo suficiente, sentir que hay una química especial, que todos comparten una misma visión. Con Alexandra y Fran, de entrada, ella estaba especialmente in love. “Ellos me conocieron porque Fran vio una foto mía así random en la lupa de Instagram, o sea que fue todo como muy de algoritmo y, aunque ya tenían a otro profesional contratado, me enviaron el mail que todo fotógrafo quiere recibir”, me confiesa. “Era una carta de amor hacia mi trabajo. Me explicaban toda su historia, una historia muy dura, pero también muy bonita”.

Antes de aceptar un encargo, La Txina siempre realiza una reunión, normalmente por videollamada, para conocer a la pareja más profundamente y asegurarse de que su estilo se alinee con sus expectativas. Por intuición, diría que lo hace también para sentirse liberada, para asegurarse de poder ser ella misma todo el tiempo, y mostrar esa manera de ver, sentir, hablar o reír que, en su caso, tiene tanto que ver con ese método tan suyo de documentar las bodas.

Le consulto sobre la compleja logística que hay detrás de la aparentemente idílica vida de los fotógrafos de destino. Mónika responde sin darse demasiada importancia, como si hubiera ya naturalizado el trasiego, más allá de la ansiedad que le produce a veces la acumulación de trabajo debido a ese ir y venir perpetuo. De hecho, diría que disfruta yendo y viniendo, estando de acá para allá, sobre todo ahora que ha contratado a una persona que le ayuda con todo lo que no tiene que ver estrictamente con su trabajo como fotógrafa.

Las herramientas

La Txina no se complica con el equipo que lleva en la mochila. De hecho, no complicarse forma parte de su estilo y supongo que ni siquiera lleva una mochila. Ella es una cazadora. Y necesita conectar con el evento y no pensar demasiado en el aparato que tiene entre las manos. "Yo llevo una cámara y una lente", me resume. "¿Qué cámara y qué lente?", le pregunto intrigado. "Una Canon R5 con el 28-70 mm F 2". Quien la siga por redes, además, la habrá visto con un cinturón que le permite llevar baterías y accesorios esenciales; todo lo que necesita, en todo momento, va con ella. “Mientras más sencillo es el proceso, más puedo enfocarme en las cosas importantes”, concluye.

Viendo sus fotografías, se nota a la legua que La Txina es una magnífica editora de su propio trabajo, y ahí reside en gran medida su estilo coherente, limpio y sofisticado. Ella lo explica a su manera. “Siempre he dicho que mi verdadero talento es arreglar mis cagadas en edición, tanto en vídeo como en foto. Como soy una fotógrafa tan torpe, tan poco técnica, hago las cosas así como me salen y, así un poco, pues voy tirando. Arreglo mucho las fotos en edición. Hay muchas fotos que eran una puta mierda y terminan siendo bastante guais”, confiesa entre risas, como si lo que hace lo hiciera un poco por casualidad. Siento que esa humildad es uno de los síntomas más evidentes de su envidiable talento.

La boda

La boda se celebró en mitad de la selva. "Se casaron en una finca familiar en Venezuela, una reserva medioambiental donde tienen ahí como miles de aves y no sé qué. Es un sitio increíble, la verdad. Y todo súper bien", admite. Sin embargo, el número final de invitados supuso un desafío para ella. Gestionar un evento de 500 personas fue un reto a todos los niveles para una fotógrafa acostumbrada a trabajar en bodas más íntimas. "Imagínate solo el cortejo, que eran 50 personas, 25 chicos y 25 chicas", añade.

Normalmente, su enfoque es intuitivo, priorizando la autenticidad en sus fotos. “Voy sin planes preconcebidos, porque al final nunca es como lo imaginas. Mi proceso es ver, sentir y disparar”, comenta. Siempre usa el balance de blancos manual, que algo tendrá que ver con los colores tan genuinos que suelen tener sus fotografías, y se sorprende cuando le digo que desde hace años no conozco a nadie que lo haga como ella. "Es un hábito que arrastro de mi experiencia como videógrafa; hago el balance para cada momento porque así la edición luego es mucho más fácil”, explica.

Le pido que, aunque sé que el trabajo fue desafiante, elija un momento en el que se recuerde inspirada, y lo tiene claro. Me habla de los retratos que le hizo a la novia junto a una ventana que dejaba entrar una luz única. “Es que Alexandra estaba espectacular, es maravillosa esa niña”, me añade, de nuevo, como quitándose importancia. "En América Latina, además, en cuanto ven una cámara, posan. Y eso me revienta porque me pierdo esos momentos naturales que tanto me gustan, de la gente hablando o riendo sin darse cuenta”, insiste.

Comunidad

La colaboración con los proveedores es una parte fundamental del trabajo de Mónika Frías. “Me gusta llegar temprano y conocer al equipo. Siempre intento socializar antes de empezar a hacer fotos, porque así me hago parte del evento y me siento dentro”, explica. Este enfoque le permite integrarse mejor en la dinámica de la boda, le aporta seguridad, y consigue que los invitados no se sientan intimidados frente a su cámara.

En esta boda había más de 30 personas encargadas de fotografía y video, lo que dificultó en gran medida el trabajo de una profesional que persigue gestos espontáneos, detalles sutiles, y composiciones limpias y sofisticadas. “Había momentos en los que tenía que esquivar cámaras por todos lados. Me sentía como en un campo de batalla”, me explica entre risas. Pese a los retos, destaca cómo la colaboración con Silvia Sánchez, que en esta boda trabajó para ella como segunda fotógrafa, ayudó a aliviar parte de la presión. “Además, el fotógrafo que la pareja había contratado inicialmente, que también trabajó en la boda, montó un mini estudio para retratos de grupo, asumió esa parte del trabajo con mucha elegancia, y me permitió centrarme en los momentos espontáneos que yo suelo fotografiar”, agrega.

Edición

La postproducción es un proceso en el que La Txina se luce y gracias a él logra reconciliarse con ese intenso sentido de la responsabilidad con el que convive mientras hace fotos. Aunque a menudo sale de las bodas con dudas sobre el material obtenido, al revisar su archivo siempre encuentra tesoros inesperados. Su flujo de trabajo incluye una selección inicial rápida, entregando un adelanto de unas 300 imágenes un par de días después de la boda. Este preview no solo calma a los clientes sino que genera un impacto tremendo y se ha convertido para ella en una herramienta de márketing muy poderosa. “Hacerlo justo en ese momento y de esa manera nos beneficia a todos. Las wedding planners me aman cuando les mando las fotos al día siguiente y ya tienen imágenes de su trabajo para compartir en sus redes”, me explica convencida.

"¿Y cómo lo haces, Mónika, querida?", le consulto. Me sorprende verla tan fuerte y serena. Porque, mientras hablo con ella, no consigo dejar de pensar en varios compañeros y compañeras que han padecido este nivel extremo de exigencia física y mental que ella me relata. Sin embargo, La Txina me lo explica como si esa parte de su trabajo, más que trabajo, se hubiera convertido en su estilo de vida. "Llego al hotel y descargo la boda, si no es muy tarde empiezo una selección, si me duermo, lo hago al día siguiente en el aeropuerto o en el avión", etcétera. “A veces entrego hasta 500 fotos. Es mucho, lo sé, pero me ayuda a no tener que volver a seleccionar más tarde”. Mónika se toma mucho más tiempo para la edición final, en la que es especialmente meticulosa. “Me da tranquilidad saber que los clientes ya tienen algo. Y para mí también es necesario ver las fotos pronto, es como una descarga emocional de la responsabilidad acumulada durante el día de la boda”, precisa.

El después

Siempre que tengo la oportunidad de ver el trabajo final de algunos profesionales destacados de nuestra industria, descubro detalles que pasan desapercibidos en esa versión de nosotros mismos que todos desplegamos en nuestra comunicación. Y he de confesar que, cada vez que he tenido la oportunidad de ver un reportaje completo de Mónika Frías, he sentido una cálida admiración. Sé que es una estrella en redes gracias a su constancia, su intuición y su buen gusto. De hecho, las 6 imágenes que ella compartió en Instagram de la boda de Alexandra y Fran no pueden ser más preciosas. "Mi Instagram es como mi portfolio. Cada foto tiene que encajar con mi estilo y mi narrativa. No publico por publicar; si no lo siento, no lo hago”, me asegura. Pero, si La Txina destaca por algo, señoras y señores, es por ser una fabulosa reportera. Entrega a sus clientes una extensa galería que, a través de miles de imágenes, cuenta una historia fiel, honesta y muy hermosa de las bodas que documenta. Creo sinceramente que ese talento narrativo es el que la impulsa.

Antes de despedirme, le pregunto qué proyecto tiene entre manos y lo piensa un momento. "Me ilusiona imprimir mis propios libros", me explica al rato. “Tengo seis libros encargados y amo la idea de ver mi trabajo en un soporte físico, bien maquetado, como un proyecto editorial. Tengo todo decidido: el papel, el tamaño, el diseño, aunque estoy volviendo loco a Antonio José, de Kitoli, porque quiero que quede perfecto".


Henri Cartier-Bresson escribió en la introducción de su libro El instante decisivo que era posible fotografíar el mundo con honestidad sin renunciar a retratar su belleza. Como La Txina, el fotógrafo francés fue conocido por llevar con él simplemente una cámara y una lente, porque, de alguna manera, hacía fotos con su mirada cultivada y su corazón apasionado. El reportaje de la boda de Alexandra y Fran podría ser una demostración bastante certera de que Henri tenía razón. En mitad del caos y de las diferencias culturales, La Txina logró capturar la esencia de los novios en su entorno y crear para ellos recuerdos imborrables y significativamente bellos. Su galería de imágenes es un ejemplo de cómo el arte de la fotografía de bodas va mucho más allá de la apertura del diafragma y la velocidad de obturación. Las herramientas imprescindibles del reportero de bodas son la empatía, la capacidad de adaptación y esa pasión enfermiza que nos lleva a intentar contar historias comunes una y otra vez de una forma extraordinaria.


MÓNIKA.FRÍAS
WWW.MONIKAFRIAS.COM
@latxina


imagenes cedidas por Mónika Frías - LaTxina

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